miércoles, 29 de octubre de 2014

Sus ojos verdes.

Nadie me dijo que iba a caer de nuevo en lo profundo de unos ojos verdes, adornando la cara de otro.

Dicen que el destino es así de caprichoso. Pone en tu vida gente que no esperarías tener, y que no sabías que iba a calar tan hondo en tu alma. Y te pones a pensar, mirando la nada, y te das cuenta de que parece que algo ha dado de lleno en tu corazón sin tú percatarte apenas. Con todo esto haces un símil con las flechas de Cupido, tan famosas ellas. Te encuentras parado en el andén del camino a ninguna parte, esperando un tren que no sabes si pasará, mientras te abrazas a ti misma esperando que el frío no cale tus huesos.

Sola en el andén.

No se escucha apenas nada, sólo el viento meciendo las hojas de árboles cercanos. La estación es fría, y estas congelada. Junto con tu respiración salen nubes de vapor que rápidamente desaparecen en el aire, mezclándose con él como tu añoras mezclarte con alguien.

Añoras el calor. Echas de menos sentir a alguien entre tus brazos, poder expresarte sin pudor y ser tú misma. A veces todos necesitamos de calor ajeno para sentirnos alguien en este mundo, y aunque sea triste, a la vez resulta un hecho precioso, y todo esto lo meditas mientras miras las vías solitarias del tren que no pasa. Ves la hierba olvidada crecer entre los tablones antiguos, fresca, con el rocío bañando su color de la esperanza.

De repente algo se mueve a tu derecha, lejos. Ves una sombra aparecer entre la bruma del lugar sombrío y solitario. Te quedas mirando contemplativa, y a la vez asustada. No reconoces la figura que se acerca poco a poco, a lo lejos, y vas sintiendo el miedo en tu interior.

Pero poco a poco, vas delimitando mejor con la mirada la persona que se acerca hacia ti con paso lento. Vas viendo su forma, y cada vez, de forma inexplicable, vas sintiendo menos miedo, y te invade una sensación parecida a cuando llegas a casa después de un día durísimo. Te llena la tranquilidad, el sosiego, el cariño, y quizá también un poco de amor.

Vas descubriendo sus facciones, que miras detenidamente para ver si lo conoces de algo. La verdad, no te suena de nada, pero tienes la sensación de que lo conoces de toda la vida. Te hace sentir tranquila, e incluso te dan ganas de sonreírle aunque no lo conozcas de nada.

Al momento, posas tu mirada en unos ojos profundos que describen tanto... Unos ojos verdes claro, Verdes como un día de verano, a la luz potente del sol sobre tu piel en un sábado estival. Ojos que calientan como el sol en una mañana de invierno después de una lluvia torrencial. Esos ojos verdes...

Cuando de repente se queda mirándote y te dedica una de sus mejores sonrisas, pagarías por detener el tiempo y verle así, tan tranquilo, tan despreocupado, tan atento...

Instintivamente le coges la cara con tus dos manos frías, a cada lado, y pasas el pulgar por la zona más superficial de sus mejillas, tensas por una sonrisa sincera que te dedica. Observas toda su expresión, como si fuera alguien con el que has crecido pero que hacía años que no veías. Como si se tratara de una revelación.

Sientes la cercanía de su cuerpo y alma, y te aproximas más a él. Le necesitas cerca. Necesitas el peso de sus brazos sobre tus hombros, o sobre tu cintura, o sus manos alrededor de tu rostro. Solo puedes sonreír ante tanta bruma. Él también sonríe. Él te conoce.

Sin querer os movéis en círculos, lentamente. Tenéis el rostro muy cerca uno del otro, sonriendo y riendo sin parar, y sigues igual de perdida en el carnaval de su mirada. Oh, cuánto sacrificarías por un momento eterno como el que estás viviendo en esos instantes... Cómo negociarías con el mismísimo tiempo para que el momento fuera eterno, y las horas, minutos y segundos, un lejano recuerdo.

- Pequeña.

En su voz grave se oye su ternura, su cariño. Escuchas como en esa parte de su fondo reclama tu cariño con ternura, y sin pensarlo dos veces, tus actos lo hacen recíproco pero de una manera silenciosa. Los dedos de tus manos se entrelazan con su pelo bañado en una tarde de sol. Os fundís en un abrazo tan intenso, que cuando apoyas tu cabeza en su hombro, repleta de felicidad, aspiras lentamente su aroma que te envuelve y te transporta hacia lo más profundo de tus sentimientos.

- Estoy aquí, cielo.

Las palabras son breves, pero te bastan. El abrazo no cesa, pero quieres mirarle mucho más y pones tu cara en frente de la suya. Rozáis la nariz como esquimales, y reís. Los acordes de su risa hacen el momento más entrañable aun, y resuenan en tu mente por unos segundos más.

Y una vez que el verde y el oscuro se unen unos segundos, te acercas. Él se acerca. Los labios se rozan por un momento. Se tocan, y se alejan un poco. Sentís los dos el aliento rozando vuestra boca, y no podéis aguantar más. Os juntáis lentamente y el amor surge de lo más profundo de vuestro ser, envolviendo dos almas gemelas que se unieron en un espacio de tiempo tan corto que apenas nadie pudo contemplarlo.

Surgió.