domingo, 8 de enero de 2012

La bella y el bestia.

"Todo era una injusticia. Una injusticia de tal magnitud que salió todo el mundo obrero a la calle.

Yo, con la ropa más cómoda por si había que correr, con mi bandera republicana ondeando sobre un palo apoyado en mi hombro, mientras espero... Espero a que todo ocurra, y a que mis compañeros y yo andemos con decisión hacia la barrera policial, y demostrarle al mundo quién está hablando, y quién está molesto.

Suenan pitidos desde la lejanía, que representan el cansancio de la gente ante tanta maldad, soltando improperios contra los que dicen que nos gobiernan, pero que poco a poco nos atan a su gusto, convirtiéndonos o, queriendo convertirnos en sus esclavos, en sus felices ciudadanos contentos con la política de su país. Ni hablar.

La calle no está en silencio. El murmullo de la gente hablar, pitidos, percusiones; todo ello me da mas fuerzas para seguir adelante, viendo que al menos hay gente que se preocupa por el qué pasará si seguimos callados. Soy joven y ya mis ojos han visto demasiado mundo, demasiados malos tratos que no se ven nada más que en prohibiciones y leyes, en impuestos y pagos, y ya casi hasta en nuestros andares...

Nos preparamos. Termino el cigarrillo que tenía en la mano y del cual apenas me acordaba. Lo tiro al suelo y lo aplasto con la suela de mi zapatilla. No se porqué, pero al hacer eso me dio la impresión de que a mi me iba a suceder lo mismo. Agarro bien fuerte mi bandera, la cual sin vivir en su época me ha aportado más que la actual, y sigo a mis compañeros, decidida a luchar. A lo Braveheart. No iba a permitir que con mi futuro hicieran lo que quisiseran. No.

Pero cuando menos no lo esperamos, una barrera policial se echa sobre nosotros, aplastándonos contra la multitud. Me abrazo al palo de la bandera así como si fuera un soporte vital, como si de alguna manera así me protegería un poco más del dolor que causaban los escudos policiales contra la piel de mi cuerpo. Era un dolor físico y psíquico.

De repente, me caigo al suelo, pero no me aplastan con sus botas, ni me aporrean. Me quedo sola en un hueco entre la gente y los policías, apoyándome sobre mis brazos en el suelo, con mi bandera un poco raída a mi lado. Respiro con dificultad, y de reojo, miro como la barrera de bestias no atenta contra mí, ni sigue andando, sino que se queda quieta, impasible. Miro hacia arriba protegiéndome el costado con una mano, y distingo entre la máscara y el escudo transparente del policía unos ojos que me recuerdan a algo. Yo los he visto antes.

Me levanto como puedo, sin ayuda de nadie y posiblemente con una costilla rota. Me tambaleo un poco, pero pronto recupero el equilibrio. Respirando fuerte, aunque cada inhalación suponía un pinchazo en mi costado. Me acerco al policía y me doy cuenta de que me mira fijamente.

- Yo... Te conozco.- Le digo con dificultad, mientras él sigue inmóvil.

Me acerco poco a poco, para que vieran que no iba con ganas de pelea. Un poli de al lado se adelanta ya con la porra en la mano, dispuesto a romperme algo más. Pero el que yo estaba mirando le detiene, sujetándole el brazo con fuerza. No tiene más remedio que echarse atrás, y eso me supuso un alivio muy grande.

Estoy en frente de él. Sigo viendo unos ojos verdes característicos, unos ojos que no había olvidado pero que no sabía de quien eran. Y no podía ser él. Él, mi compañero, mi pareja desde hacía poco tiempo no podía ser el que ha embestido contra mí.

No se cómo ni porqué, pero alargué mis brazos hacia su cabeza, y con suavidad le retiré el pesado casco protector, dejando ver su rostro. Cuando lo ví, solté el casco tirándolo hacia atrás con fuerza, y éste golpeó con ganas el asfalto de la carretera. Me llevé la mano a la boca y empecé a llorar.

Él me miraba pidiendo perdón, porque él me había golpeado. Él había aplastado mi cuerpo y mis ideales contra la gente y su escudo de plástico duro, reventándome sobre todo psíquicamente. Él me había engañado, y gracias a mi confianza en él, habían descubierto nuestra posición, nuestras intenciones, nuestras palabras... Yo le había confiado todo, sin saber nada.

Y me quedé allí, con las rodillas clavadas en el suelo mientras no paraba de llorar, pensando en que tuve esperanzas en esa relación que ahora había separado un uniforme y un escudo, que ahora estaba rota por la desconfianza y las diferencias."

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