jueves, 8 de mayo de 2014

Y ahora llama a mi puerta.

"Pero qué bien te sienta el traje de tristeza..."

Después de llegar a mi ventanal vientos con olor a jazmín durante años, después de experimentar el amor en su estado más puro y blanco, de dormir en camas de algodón y satén fino, llegó el tiempo de los espinos, del crudo invierno del corazón dolorido que llora la ausencia de un alma a quien entregarse.

Entre la maleza de la soledad apareció el color de la primavera, el color de la alegría de mis mañanas tempraneras. La sonrisa que cubría mi alma con su manto, que aún callado y sin demostraciones obvias, sin asegurar nada en mi vida de tormentos, llenaba con risas y buenas intenciones mis días de lluvia, profundizaba en mis ganas de vivir sacándome a flote y pensando en la nueva posibilidad de, que en algún momento lejano, pudiera resurgir la flor de mi amor eterno.

Quizá podría decir que daría lo que fuera por cogerle las manos, mirarle a su profunda mirada y poder decirle que desde el primer momento en que le ví, en que nuestros caminos se cruzaron ese día inocente, en ese momento en que el verde tierra y el marrón café se mezclaron en la acuarela de las miradas, tan homogéneos y tan suaves, sentí todo lo que tenía que sentir para saber que podría cuidar de él hasta la eternidad.

Mi alma, tan sumergida en un mar de soledad y de cariño oxidado, que pide que le besen en la carita llena de lagrimitas sueltas, que caen rotas por arrepentimiento y errores, por soledad buscada y por falsos amores, busca desesperada el calor del amor correspondido, el rubor de las mejillas del comportamiento adolescente de una niña enamorada, deshacer la angustia del amor y el cariño guardados y reprimidos en una celda.

Me he refugiado en los aromas de la sexualidad, en el olor del sexo turbulento y sin compromisos, buscando las caricias que le faltaban a mi ánima. Unas caricias falsas que sólo me daban temor, rencor y alguna que otra buena experiencia, pero no llenaban de vida mi sonrisa de porcelana.

A la luz del día mi sonrisa se plasmaba en una felicidad volátil, iluminaba el techo de mi habitación con la ilusión de una esperanza más, pero cuando la noche acariciaba mi melena, en mil pedazos se deshacía aquel lienzo de blanco esmalte dejando ver que en realidad, me rompía por dentro.

Entre los ardores, entre las temperaturas mundanas me movía buscando consuelo, buscando lo que me faltaba. Pero en realidad soy un alma con ansia de cariño, con ansia de amar y de ser amada, enamorada del amor y engatusada por el color de la primavera que ilumina mis mañanas más normales.

Ahora llama a mi puerta la necesidad. La ausencia.

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