lunes, 12 de enero de 2015

Tu despertar.

La poca luz que entra por la ventana me despierta, me hace abrir los ojos después de una larga noche. Noto que te mueves a mi lado, y automáticamente te observo. Tu respirar lánguido, tranquilo, pasivo acompasa cada segundo que paso sintiendo tu presencia. Estás de lado, dándome la espalda. Lo único que oigo es tu respiración, y cuando te miro, no puedo evitar sonreír.

Me siento afortunada de tenerte a mi lado, compartiendo el mismo calor y las mismas sábanas, testigos de nuestra pasión desmedida y sin freno. Me giro y te abrazo por detrás, con mucho cuidado pues no quiero despertarte aún. Pongo el oído en tu espalda y escucho relajada el latido de tu corazón. Sin embargo, no puedo evitar adorarte, acariciarte, recorrerte con la mirada día a día y hacerle cosquillas al vello que nace mimoso en tu nuca. Rozar mis labios con la piel de tu cuello, y sentir cómo esta despierta ante mi tacto.

Mi adoración por ti te despierta poco a poco. Yo te lleno de mi amor.

Vas despertando. Te susurro al oído que te quiero con locura, y que doy gracias a Dios por darme la oportunidad de sentir tu piel, tu amor y tus besos, además de tu pasión. Te das la vuelta, perezoso, recién salido de tus dulces sueños, y con tus ojos llenos de descanso. Estás adorable recién despierto...

Me apoyo sobre mi codo, te miro con la cara iluminada por una sonrisa sincera y te digo:

- Buenos días, mi vida. Hoy quiero empezar el desayuno contigo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario