viernes, 9 de mayo de 2014

Bajo el manto de las estrellas

El calor no hacía más que alterar mis nervios. Estaba deseosa de encontrarle, de ver como era su trato en persona y, si era menester, fundirme con sus labios. Llevaba tiempo llamándome la atención, gustándome mucho su forma de ser sin saber cómo era él en persona. Pero algo me llamaba, me conducía hacia él como un insecto hacia la luz, como las nubes empujadas por el viento de las alturas de la atmósfera.

Después de una llamada, me encontré con él. Supe que no era la primavera, pero para mí significaba un otoño. Su pelo moreno y su mirada risueña podría transmitirme una tranquilidad y una seguridad que hacía tiempo que no veía. Me sentía segura, relajada, pero a la vez nerviosa. Quería sorprenderle, quería que viera que conmigo iba a estar bien.

El campo alrededor nos servía de barrera ante la realidad. Su coche, amplio, era como un hogar inventado donde charlábamos de todo un poco entre risas y piques, entre confianza y complicidad, como dos buenos amigos. El sol se escondía para dar lugar a la noche, e iluminaba nuestros rostros dándome las fuerzas y el ánimo que me hacían falta para seguir adelante sin desmoronar mi fortaleza. Aquello me encantaba... Podría repetirlo en mis sueños una y otra vez sin cansarme por ello, vivirlo de forma tan intensa que ningún color se escapara de mi recuerdo, que ninguna escena se perdiera en el olvido porque... Realmente lo recordaré de por vida.

La noche cayó, seguida de mi vergüenza. Él se sentó y yo me senté delante de él, acunada por su cuerpo templado mientras veíamos una película. Yo, mientras me intentaba centrar en la película (aunque en vano), le daba de comer, mirando como lo hacía cada vez que yo procedía a ello. Sentía su respiración sobre mi pelo, a la vez que de vez en cuando le echaba miradas furtivas por el espejo interior del coche. Si en ese momento hubiera podido realizar algún juramento, pongo a Dios por testigo de que habría hecho cualquier cosa por detener el tiempo y seguir viviendo aquello durante horas y horas y horas... Estaba tan a gusto, tan relajada, tan protegida... Me sentía tan bien tratada, tan bien cuidada...

Su brazo derecho descansaba sobre mi pecho, aunque a veces se movía y se quedaba apoyado en mi brazo, donde de vez en cuando jugueteaba con uno de los detalles de mi camiseta. Después volvía al lugar de origen, donde yo le acariciaba la mano y él se dejaba querer de esa forma. Por Dios... Juro que pagaría tanto por poder revivir una y otra vez esos momentos, esa complicidad y ese cariño, por llamarlo de alguna manera, que en ese momento se respiraba y que yo misma estaba viviendo... Yo estaba en mi verdadero ser, pudiendo ser yo misma, incluso después de que momentos antes sin pensarlo siquiera me había lanzado a sus labios, sorprendiéndole un tanto, pero que él correspondió. Yo miraba la película, pero en realidad mis sentidos estaban centrados en notarle, en olerle, en cuidarle. Su fragancia me embriagaba, el aire que exhalaba me envolvía y hacía que esa pequeña burbuja fuera como un cuento, como una historia narrada en uno de mis libros preferidos.

Incluso de vez en cuando le pedía algún beso.

Reíamos sin parar, y eso que era una película de miedo. No podía estar seria con él, tenía que reírme porque ese chico realmente me hacía sentir así. Pero, ya avanzada la película, sus manos iban avanzando hacia mi pecho. Daba caricias suaves, con cuidado, invadiendo poco a poco mi cuerpo, a lo que yo respondía con una respiración cada vez mas agitada. Él lo sabía, aunque el silencio reinara entre nosotros, sabía lo que me hacía sentir con sus manos expertas, con su ser varonil que a mi tanto me encanta.

La película no importó. Las luces se apagaron sin más iluminación que la poca que procedía del exterior y de la luna. Nuestras bocas se fundieron en besos calientes y sin dilaciones, y la ropa iba sobrando poco a poco conforme íbamos avanzando, mientras que él me acariciaba e iba esculpiendo cada una de mis curvas con sus manos expertas. Sólo se oían nuestras respiraciones, nuestro deseo perfumando el ambiente de la noche oscura, dándonos la sensualidad que nos gusta. Como alguien alguna vez escribió en un libro... "Nuestra intención es complacernos".

Terminó todo entre respiraciones agitadas y sonrisas. El buen humor reinaba entre nosotros mientras la brisa acariciaba nuestra desnudez, tan tímidamente tapada por la oscuridad nocturna. Empezamos a hablar ahí, acompañados de nuestra ahora amiga complicidad, desnudos. Yo, embobada con su oratoria, escuchándole sin un ápice de distracción mientras me contaba un montón de historias tan interesantes como él. Bueno sí, tenía una distracción; me moría por besarle.

Quizá todo sea una ilusión, cosa que no niego. Pero aquella noche fue real. Cogerle de la mano y demostrar mi cariño hacia él sin pudor para mí era lo más, para mí, todo fue perfecto. Pagaría por otra ocasión para desatar mi alma y que vuele una vez más, libre, y con una sonrisa melancólica en sus labios.

Daría lo que fuera por otra noche con él, bajo el manto de las estrellas.

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